Página en blanco. El terror de mancillar el potencial infinito. En ese estado no hay equivocaciones. Lo difícil es dar ese primer paso con convicción y no sentir que al dar la primera pincelada hemos colapsado el universo de posibilidades en un rancio camino que tal vez no lleve a ninguna parte.
Así se siente publicar en internet ahora. Y es que cómo no sentir que nos equivocamos antes de empezar cuando por todos lados te dicen que definas un estilo, que apuntes a un nicho, y que te apegues a él. Si no lo haces así, los todo poderosos algoritmos enterrarán tu humilde publicación y ni tus amigos más cercanos la verán porque su feed todavía tiene siete millones de videos más del trend de mod… ah, ya pasó de moda.
Y les creí. Creí en todos esos gurús de las redes sociales cuando estaba estructurando mi “marca personal”. Es impresionante con cuánta autoridad se nos impone que todo lo que esté en internet con nuestro nombre debe tener una coherencia digna de una empresa pagando millones a una firma de marketing. Todo debe ser curado, todo debe ser dirigido y, lo más terrible, todo debe ser monetizable.
¿Pero cómo imponerme un nicho cuando quiero venir a hablarles de programación? Pero también de lenguas y de magia y de tarot y de encuadernación y de productividad y de autosustentabilidad —y mañana quién sabe qué sandez querré aprender—.
“¡Ah —pensé yo—! La solución es crearme una marca por cada interés.” Pensé en los múltiples disfraces que mis cuentas debían adoptar. Cada tema, cada nicho, con su propia estética. Así nos lo dictan los amos de la red.
Pero esto presenta otro problema: las intersecciones. Sí, amo hacer cuadernos. Hago planificadores para la niña de los plumones que quiere organizarse, pero también quiero hacer sketch books para los artistas inadaptados, pero también libros que parezcan venir de otra era para que escribas tus sueños. Entonces: ¿debo hacer una marca para cada intersección? Pensé que sí. Lo estaba intentando. Ahí colapsé. No pude siquiera escoger un nombre. Era mucho.
Parálisis. Página en blanco. El potencial infinito. No me he equivocado. No puedo equivocarme si no avanzo. Así no me van a rechazar. Así no me van a despreciar. ¿Quiénes? ¡Pues el mercado! ¿Cuál? Ese que dicen ellos. El nicho. ¿Cuál? Ese que me imaginé…
Entonces llegué a un video. Era una oda a tiempos más simples: páginas personales, Geocities, Angelfire, Tripod, gifs animados de calacas, blogs personales; el tiempo antes de las redes sociales. Eran espacios raros, incluso de mal gusto, donde ponías lo que se te pegara la gana. Escribías posts para tus amigos de internet que probablemente nunca viste en la vida real. Ponías links a sus páginas y ellos a la tuya. Pasabas tiempo en Photoshop haciendo botones de las cosas que te interesaban para ponerlas en tu sidebar y que todos supieran que eras parte de un fandom. Todo esto por el simple gusto de expresarte. No era por dinero, no era por SEO. Al no existir una recompensa monetaria, toda la motivación era interna.
La verdad es que sentí nostalgia. Lo contrasté con estas emociones que estaba teniendo respecto a mi presencia en línea y le tuve envidia a mi yo de 17 años escribiendo sobre cómo me quemé el dedo soldando y de cuando un político nos fue a regalar paletas a la escuela buscando el voto joven. Es el tipo de contenido que el algoritmo ya no mostraría ya ni a mis amigos más cercanos.
Y entonces hizo click. Vi los barrotes. Me di cuenta que lo que me estaba evitando postear nuevamente en internet era que estaba paralizado tratando de crear un personaje único que combinara. Pero no se puede porque soy una persona real, porque mis intereses son muy variados e incluso en el mismo interés, no quiero ceñirme a un sólo estilo. Y las sombras de ese público imaginario se desmoronó. No hay público realmente. O sí, pero tal vez no es tan duro como me lo imagino. ¿Tú que opinas, lector?
Vuelvo a gritar a la nada, escribiendo para mí, pero tal vez también para ti. Pásale si gustas.